El pasado impregna nuestras vidas humanas como el oxígeno nuestros cuerpos y su dinámica está en nuestro lenguaje, en el sistema político-institucional, en el espacio geográfico en el que nos movemos y hasta en el universo mental
ENRIQUE MORADIELLOS
Desde hace como mínimo dos siglos, la disciplina de la Historia es materia de obligada atención en la educación secundaria de prácticamente todos los países del mundo desarrollado. Por motivos evidentes pero que convendría recordar para olvidadizos bienintencionados o interesados. Primero: porque ninguna sociedad humana puede carecer de una concepción sobre su pasado colectivo, dado que sus integrantes siempre nacen a la vida social (nunca están solos en el espacio: hay otros muchos) y a la vida temporal (nunca son los primeros en llegar: hay otros previos).
Por eso se genera conciencia socio-temporal tan pronto como las personas empiezan a operar gracias a su capacidad reflexiva y habilidad comunicativa. Segundo: porque los humanos siempre somos el fruto decantado de un tiempo previo, como individuos y como integrantes de un grupo colectivo. Y lo somos por naturaleza, no por elección voluntaria reversible. Todo niño acaba descubriendo que sus progenitores fueron niños a su vez en un momento anterior y recibe a su través el bagaje de ideas, saberes, concepciones y valores legados por ese pasado que no experimenta en primera persona pero que es condición de posibilidad de su propia individualidad.
Por ese doble conjunto de motivos, las sociedades siempre necesitaron representarse su historia porque su realidad nos envuelve individual y socialmente, hasta el punto de que no hay manera de entender el presente y sus posibles futuros sin referencias al pasado. La historia impregna nuestras vidas humanas como el oxígeno impregna nuestros cuerpos y su dinámica está en el lenguaje con el que nos expresamos, en el sistema político-institucional en cuyo seno actuamos, en el espacio geográfico sobre el que nos movemos, y hasta en el universo mental en el que nos concebimos.
La inexcusable necesidad de contar con una idea del pasado ha dado origen a lo largo del tiempo a formas de conocimiento diversas y no siempre armónicas: fábulas de creación, leyendas de origen, doctrinas religiosas, mitologías identitarias... En los últimos siglos se han unido al elenco nuevos géneros de enorme poder de evocación: la novela histórica; el cine de historia; las series televisivas de temática historizante…
Estas formas de conciencia histórica pre o acientífica han tenido indudable impacto sobre las sociedades porque el uso del pasado (cierta lectura del mismo o de alguno de sus períodos) es un componente inexcusable de la “identidad” de toda colectividad humana (sea de grupos de parentesco, clases, naciones, religiones, etnias…) y es un ingrediente básico de la autoconcepción de cada uno de sus individuos.
Sin embargo, a partir del siglo V antes de Cristo, de la mano de Heródoto y sus legatarios, y especialmente durante la Ilustración del siglo XVIII, fue conformándose una disciplina llamada “Historia” con una misión propia: tratar de ofrecer una explicación sobre el pasado de las sociedades humanas que fuera racional, rigurosa, crítica, secular, terrenal, probatoria y demostrativa. En otras palabras: una explicación verdadera y verificable, con sus dificultades y limitaciones, y por eso mismo no mítica, ni fantástica, ni arbitraria, ni caprichosa. Desde luego, la ciencia humana-social de la historia no puede jamás “predecir” acontecimientos del futuro. Cuando puede, acaso los “post-dice” porque tiene pruebas disponibles. Por eso mismo, la historiografía no proporciona ejemplos de conducta infalibles y repetibles en otras circunstancias históricas posteriores. Pero, y aquí reside su practicidad cívica pública, sí permite realizar tres tareas culturales inexcusables para la humanidad civilizada: 1º) Contribuye a la explicación diacrónica de la génesis, estructura y evolución de las sociedades pretéritas y presentes; 2º) Proporciona un sentido crítico de la identidad dinámica operativa de los individuos y grupos humanos; y 3º) Promueve la comprensión de las distintas tradiciones y legados culturales que conforman las sociedades actuales sujetas a la dialéctica del cambio y la permanencia.
Y al lado de esta practicidad positiva, por sí ya sustantiva, la historiografía desempeña una labor crítica fundamental respecto a otras formas de conocimiento humano: impide que se hable sobre el pasado sin tener en cuenta los resultadosde la investigación empírica, so pena de hacer pura metafísica seudo histórica o formulaciones arbitrarias e inventadas. En este sentido, la razón histórica impone límites infranqueables a la credulidad sobre el pasado de los hombres y sus sociedades: constituye un antídoto y filtro correctivo contra la ignorancia que alimenta la imaginación interesada y mistificadora sobre el pasado humano.